Muchas veces creyendo hablar con Dios, no me hablo mas que a mi mismo. Me sermoneo, me regaño, me tranquilizo como puedo, pero de ninguna manera hablo con Dios. A veces, pensamientos fuera de lugar irrumpen en una oración estéril. Pienso por ejemplo, en mi jornada; puedo sentir la ira subir en mi... o la satisfacción... o la ansiedad.
Rehago, a pesar mio, la historia. Juego mi papel, para mi el mejor, soy brillante, incisivo, eficaz... y despierto. El corazón agitado, para constatar que mi oración se fue hace mucho tiempo.
Otra vez un fantasma prohibido y atrayente viene a acariciar los instintos de animal que laten en mi. O bien , mientras hago un examen de conciencia, serio por una vez, simplemente me duermo.
¡¡No, realmente no sé rezar.!!
Pero a veces , cuando no lo espero, andando por la calle o charlando con el panadero, mirando a uno de mis hijos, escuchando música, brutalmente siento una oleada de alegría, una emoción secreta, un sollozo ahogado... un sentimiento de gratitud, esa fruta agridulce de gusto tan particular.
Cuando lo siento, me paro un instante para saborear la extraña amargura de esa dicha que me es dada. Solamente entonces, sé que acabo de orar. Comprendo que orar es llegar a ponerse en la onda correcta para recibir el mensaje.
Para eso, solamente tenemos que olvidarnos un poco de nosotros.